viernes, 30 de mayo de 2014

La Evolución del Amor



El amor, sentimiento común a todas las personas, es probablemente un rasgo adaptativo, que tiene sus orígenes en la temprana evolución de nuestra especie.
Dos son los rasgos distintivos de la evolución humana: el caminar erguidos y el gran tamaño cerebral.  Acaso estos rasgos  hayan favorecido la aparición del amor, como sostiene la teoría de la antropóloga Helen Fisher, de la Universidad Rutgers.

El bipedalismo implicaba que las madres tenían que transportar sus cachorros, en vez de llevarlos montados en la espalda. Con las manos ocupadas, las mamás necesitaban un compañero que les procurase alimento y las protegiera a ellas y a sus retoños.
Las parejas de homínidos bípedos como el Australopithecus afarensis, especie a la que pertenece el fósil de Lucy, datado en 3,2 millones de años de antigüedad , posiblemente sólo mantenían la relación unos pocos años, los suficientes para que los críos estuvieran destetados y caminasen.  Después las hembras quedaban aptas para un nuevo emparejamiento.
Con respecto al agrandamiento de los cerebros hace más de un millón de años extendió la duración de estas relaciones monógamas. Al crecer el tamaño del cerebro, los humanos tuvieron que afrontar un compromiso evolutivo. La pelvis, adaptada al bipedalismo, impone un límite a la cabeza del niño en el nacimiento. En consecuencia, los bebés humanos nacen en un estado de desarrollo más temprano que los de otros primates y su infancia se prolonga lo suficiente para que crezcan y aprendan.
Los antepasados humanos se habrían valido entonces de unos emparejamientos más duraderos para resguardar y sostener a su prole.
Fisher señala, que el crecimiento del cerebro de los homínidos y los novedosos caracteres de organización que lo acompañaban otorgaron a nuestros predecesores unos extraordinarios recursos para el cortejo mutuo, a través de la poesía, la música, el arte y la danza. Los datos arqueológicos indican que hace 35.000 años los humanos ya se implicaban en conductas de esos tipos. Es decir, probablemente estarían tan enamorados como nosotros en la actualidad.
Desde hace millones de años el amor está presente en la raza humana como resultado de la evolución, sentimiento o necesidad un dilema difícil de develar. El amor es el legado de algún ancestro común como el Australopithecus.
Por Paola Echecury

lunes, 19 de mayo de 2014

Ostras del Crétacico/Paleógeno de Patagonia



Soledad Brezina nació en Villalonga, un pueblo de la Provincia de Buenos Aires. Estudió licenciatura en Biología en la Universidad Nacional del Sur en Bahía Blanca. Realizó su doctorado en la Universidad Nacional de Córdoba.
El tema de su tesis doctoral fue para ella toda una aventura de conocimientos, emociones, trabajo y lucha para poder concretarlo. El mismo se basó en el estudio de comunidades incrustantes y perforantes asociados a ostras del límite Cretácico/Paleógeno en la Patagonia Norte.

Muchas comunidades bentónicas, es decir las comunidades de organismos que viven asociadas al fondo marino, dependen de sustratos duros para poder desarrollarse. Las ostras son un tipo de sustrato duro que tienen un alto grado de preservación por su constitución calcítica. Cuando sus conchillas son analizadas bajo la lupa, pueden encontrarse evidencias de los organismos que vivieron asociados a ellas a partir del hallazgo de incrustaciones o perforaciones.

El trabajo de Soledad consiste en estudiar los organismos que vivían en las ostras tratando de identificar trazas, es decir, las perforaciones que dejan algunos organismos como bivalvos, poliquetos, etc., como así también de incrustaciones (exoesqueletos de briozoos, serpúlidos, cirripedios, entre otros). A partir de los análisis que ella realiza es posible determinar si estos organismos se establecieron cuando las ostras estaban vivas o no, si existió algún tipo de relación simbiótica entre alguno de los organismos y las ostras, entre otras interpretaciones. Todo este estudio se realiza sobre ostras que vivieron durante la crítica transición Cretácico/Paleógena, intervalo en el que ocurrió una de las extinciones masivas más grande del planeta, en la cual desaparecieron los dinosaurios.
Hace 65 millones de años, la Patagonia estuvo inundada por un mar somero en el cual habitaron distintas especies de ostras. Una de ellas fue Pycnodonte (Phygraea) vesicularis, una ostra de valvas muy grandes, que presenta sobre ellas, trazas de poliquetos perforantes (gusanos marinos). Soledad y otros investigadores encontraron evidencias que permiten inferir una posible relación simbiótica entre estas ostras y los poliquetos perforantes. Las perforaciones de los gusanos están principalmente en el exterior de las valvas lo que sugiere que la colonización ocurrió mientras las ostras estaban vivas. Este trabajo fue publicado recientemente en Ameghiniana.
La búsqueda de nuevos desafíos fue lo que motivó a Soledad  a formarse como científica y a sumarse al proyecto propuesto por Silvio Casadio.
Su trabajo en la Paleontología incluye salidas al campo para buscar material a estudiar y analizar. Aprende y comparte con colegas y busca constantemente trabajar en nuevos proyectos y publicaciones para continuar con su formación. Además trabaja como docente en la UNRN donde comparte sus investigaciones con estudiantes de Geología y Paleontología y del Profesorado de Biología.
Soledad está convencida que hay que disfrutar del trabajo y que es necesario asumir nuevos desafíos que alimentan el espíritu de un investigador.
Los trabajos sobre la Paleontología de algunos grupos de invertebrados aportan información vital de cómo eran los ecosistemas marinos en el pasado remoto y nos permite comprender no sólo que ocurrió, sino comprender la dinámica de nuestro planeta en la actualidad.





Por Paola Echecury